Vivir en Argentina es, sin duda, interesante. Desde el día en que llegué a este bello país —sin imaginar que me radicaría aquí— me acompañaba un extenso y singular espíritu de cambio. Venía de un país tropical, alegre y lleno de intensidad, y me encontré con otra intensidad: la de una tierra atravesada por la desigualdad, la belleza, la lucha y también por una profunda vitalidad.

Hoy, después de tantos años habitando el sur de Latinoamérica, no puedo sino agradecer. Agradecer por lo vivido, por lo aprendido, y por esa conciencia que se despierta cuando una comprende las extremas dimensiones de la experiencia humana. La variedad de paisajes, los encuentros, la memoria de cada lugar y de cada persona, los viajes por este planeta… todo eso nos invita a comprender las diferencias. Y esa comprensión no puede darse sin respeto, sin aceptación, sin una profunda contemplación por el milagro de estar vivos.

Ya hemos atravesado la mitad del mes de mayo, acompañando a quienes se interesan por el fenómeno OVNI de la manera que siempre hemos propuesto: con espíritu crítico, sin apartarnos del compromiso, ofreciendo materiales y reflexiones en nuestras redes, animando al debate que esta temática merece —y necesita.

Pero hay algo que no deja de doler: esa sensación de vacío cuando no se encuentra una masa crítica que quiera ir más allá del entretenimiento, del circo, del espectáculo. En medio de un océano de ideas sueltas y discursos superficiales, la verdadera cuestión queda desplazada. El núcleo del fenómeno —ese que los investigadores más serios de décadas pasadas trataron con humildad, escepticismo y pasión— parece cada vez más lejano. Se hablaba entonces desde la duda, no desde el dogma; desde la curiosidad, no desde la denuncia banal. S

e hablaba como quien sabe que el fenómeno no es para explicar, sino para vivir con respeto.

Hoy, ese espíritu está ausente en gran parte del escenario digital. Las redes no son fuente de rigor. Y muchos encuentros terminan siendo vitrinas de vanidades. Pero la riqueza de este tema es inmensa, tan vasta que las conclusiones resultan siempre incompletas. Las certezas, cuando se presentan con demasiada soltura, caen fácilmente en lo lamentable.

Por eso, queremos insistir —aunque suene reiterativo— en la urgencia de volver a la lectura, al estudio, a la profundidad. En manifestarnos contra ese exitismo sin alma, que reduce el fenómeno a un show y al protagonista a un ego sin propósito. Vivimos tiempos de deshumanización, incluso en nuestros círculos cercanos. Se naturaliza vivir detrás de una pantalla, persiguiendo fama o likes. Y en el camino, hemos descuidado nuestra historia, nuestros valores, nuestras leyes universales.

Aun así, celebro la vida que elegí. Una vida de búsqueda, de compromiso. He tenido el privilegio de caminar junto a grandes seres humanos: desde mis padres, maestras de infancia, compañeros de profesión, hasta cada uno de los asistentes a nuestros Congresos Internacionales de Ovnilogía. De todos aprendí el valor de escuchar con atención y caminar con humildad. Muy lejos quedaron quienes ofrecieron propuestas vacías, seduciéndonos con éxito, dinero o fama. Decidimos no aceptarlas.

El camino, como decían Jorge Suárez, Jorge Anfruns Dumond, Héctor Antonio Picco y tantos otros, es en soledad. Pero no una soledad triste, sino la del compromiso silencioso. Todos ellos, estudiosos ignorados por la ufología mediática, forman parte de esa gran biblioteca humana que nos invita a pensar, a leer, a encontrarnos en las bibliotecas de casa, del barrio o de las grandes ciudades.

Porque este tema —el fenómeno OVNI— no es solo una curiosidad. Para nosotros, es un lugar de respeto. Como lo son ustedes.

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